miércoles, 11 de noviembre de 2015

Una visita inesperada

“Recuerdo como si fuera ayer la noche del 10 de octubre de 1998, la experiencia que tuve en esa fecha cambió totalmente mi forma de ser y pensar”, cuenta Gleyda, una mujer que ha vivido desde su nacimiento en el municipio Valera.
“Cuando yo era adolescente vivía con mi familia cerro arriba. Todo era muy tranquilo, pero para nuestra mala suerte el hijo de la vecina andaba en malos pasos, el muchacho consumía y olía cosas raras y a veces robaba por ahí. Cuando uno pasaba cerca de él se podía sentir el olor a droga”, relata Gleyda.
“Un día, no recuerdo si fue el 5 o 6 de octubre, encontraron al chico muerto de una sobredosis. Me acuerdo clarito que mi vecina lloraba desconsoladamente y la casa se le llenó de gente dándole el pésame”.
“A los días del entierro, precisamente el 10 de octubre de 1998, yo estaba acostaba, ya me había quedado dormida, cuando de repente me desperté con escalofríos. Sentí que alguien se sentó en mi cama, yo quería abrir los ojos pero no podía, sentía mi cuerpo pesado y no me podía mover. Ahí mismo empezó a oler a hierba, el mismo olor que se respiraba cuando uno le pasaba al difunto por el lado”.
“Así pasaron como 10 minutos, hasta que se pararon  y pude abrir los ojos y levantarme. Salí corriendo a donde mi mamá. Ella me dio agua con azúcar y me dijo que rezara mucho, que esa seguro era el alma de finado que andaba por ahí todavía”.
“Antes de esa experiencia yo era una persona muy incrédula de todas esas cosas de fantasmas y espíritus. Pero desde ese día soy respetuosa de los muertos y me alejo de todo lo que tenga que ver con brujerías. Lo mejor es encomendarse siempre a Dios”, finalizó Gleyda.

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